viernes, 22 de junio de 2012

 IDENTIDAD RELIGIOSA




FOTOGRAFÍA DE IDENTIDAD RELIGIOSA
   El cristianismo pierde terreno en EE.UU. donde la competencia entre doctrinas y la creciente falta de identidad religiosa favorece los cambios de creencia, según un informe publicado hoy por el Pew Forum on Religion and Public Life.
Si bien el cristianismo es aún la religión del 78,4 por ciento de la población (un 51,3 por ciento protestantes y un 23,9 por ciento católicos), esta cifra ha ido cayendo durante las últimas dos décadas.
En 1970 más del 60 por ciento de los estadounidenses se consideraba protestante, dato que ha caído hasta el 51 por ciento en 2007, mientras que el catolicismo mantiene su peso específico en EE.UU. gracias al influjo de inmigrantes que entra en el país.
Sin embargo, el catolicismo registra la mayor fuga de fieles de todas las religiones referidas en el estudio.
Uno de cada tres estadounidenses son criados como católicos pero solo uno de cada cuatro adultos se consideran afines a esta iglesia, un 7,5 por ciento menos.
La inmigración de hispanos a Estados Unidos ayudó a contener la reducción en las filas católicas, aunque no ha propiciado un incremento de fe en el país debido a que muchos son acogidos por otras iglesias, como la evangélica (bautistas, pentecostales, adventistas).
‘Uno de cada 10 evangélicos hoy en día fue católico en el pasado’, comentó Greg Smith, investigador y uno de los autores del estudio.
El descenso del número de protestantes es menor, un 2,6 por ciento, que entre los cristianos y este declive recoge las pérdidas de afiliados entre metodistas, luteranos, presbiterianos o episcopales, pero esconde el tirón de los evangélicos.
Más de la mitad de las iglesias protestantes son evangélicas (un 51 por ciento) y esta rama cristiana es una de las más atractivas del momento para quienes buscan una nueva doctrina en EE.UU., aunque ‘está muy diversificada’, señaló John Green, investigador jefe del estudio.
El menor porcentaje de protestantes sobre el total de la población responde principalmente a varias razones: un menor número de nacimientos en el seno de estas familias y renuncia a formar parte de una iglesia específica.

    Así, una de las principales conclusiones del estudio es que cada vez más estadounidenses no responden a una doctrina en concreto: un 16 por ciento de los encuestados niega tener una afiliación religiosa.


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http://www.ciudadredonda.org/articulo/menos-personas-confiesan-tener-una-religion

martes, 19 de junio de 2012

IMÁGENES DE IDENTIDAD DE LAS PERSONAS

IDENTIDAD DE UN PUEBLO
IDENTIDAD RELIGIOSA

IDENTIDAD RELIGIOSA


IDENTIDAD INDIGENA
IDENTIDAD DE UNA PERSONA

IDENTIDAD CULTURA


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FOTOGRAFÍA LOS NIÑOS TAMBIÉN TIENE SU
 PROPIA IDENTIDAD 
IDENTIDAD CULTURAL


Identidad Cultural A simple vista, puede percibirse el carácter universalizador del concepto "identidad cultural". Supone, por una parte, una función cuantitativa - respecto del número y variedad de individuos a los que unifica- y, por otra, una función disciplinaria -respecto del rol de las instituciones para producir y conservar discursos de identidad con las reglas de acceso a ellos y las posiciones relacionadas con el hacer y el representar de los individuos en las sociedades. La forma, tal vez, más evidente en que se muestra la identificación de los individuos con una cultura es en la aceptación de los valores éticos y morales que actúan como soportes y referentes para preservar el orden de la sociedad. Su aceptación y cumplimiento hacen más soportable las tareas que los individuos deben cumplir y, a la vez que conserva a los individuos en el grupo, limita la acción del indiferente y el peligro de los disidentes. En este sentido, se dice que los valores expresan la tensión entre el deseo (del individuo) y lo realizable (en lo social). Tal tensión es productiva mientras los individuos puedan representarse su propia existencia y darse una imagen estable y duradera de sí mismos, lo que es posible con una memoria atenta que reactualice e integre de manera permanente los acontecimientos fundantes de su propia identidad y los proyecte como orientación hacia acciones futuras responsables y creativas. Esta tensión es inmanente a todo imaginario social, ya que las tradiciones heredadas del pasado y las iniciativas de cambio del presente se expresan en ellos.

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Identidad Identidad puede referirse a: Identidad (filosofía), la relación que toda entidad mantiene solo consigo misma. Identidad (matemática), una igualdad que permanece verdadera sin importar los valores que se asignen a las variables que aparecen en ella. Identidad cultural, el conjunto de valores, símbolos creencias y costumbres de una cultura. Identidad política Identidad nacional Identidad sexual, la identidad basada en la orientación sexual, o en características sexuales biológicas. Identidad social, una teoría propuesta para entender los fundamentos de la discriminación entre grupos. Identidad de género Contenido  Nombres de grupos o movimientos políticos o sociales 2 Nombres de obras artísticas o literarias 3 Anatomía y fisiología 4 Economía 5 Filosofía 6 Matemática 7 Psicología 8 Identificación documental e informática 9 Otras ciencias.Nombres de grupos o movimientos políticos o sociales Identidad, Tradición, Soberanía, grupo del Parlamento Europeo. Identidad Cristiana, movimiento supremacista blanco y fundamentalista cristiano de Estados Unidos. Identidad del Reino de Valencia IRV, partido de la Comunidad Valenciana (España). Hijos por la Identidad y la Justicia 


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La Identidad Nacional

¿Podemos hablar de una identidad nacional en un mundo que se caracteriza por su progresiva totalización y cuando en los países surgen continuos vasos comunicantes? Mi respuesta es afirmativa sin la menor duda. Es más, creo que la planetización del hombre a que se refería Teilhard de Chardin, no obstante abrirle posibilidades a todo un sistema de aproximaciones humanas, no borrará, sino más bien acentuará las que se refieren a las culturas individuales.
Lo mismo podemos afirmar respecto a la tesis marxista que postula para un futuro inapelable la supresión de las naciones y el surgimiento de un mundo sin fronteras. En este caso se trataría, si ello fuera factible, de las naciones como entidades políticas, pero en ningún caso de las mismas como formas organizativas de procesos culturales diferentes. Para que esto último ocurriera sería necesario suprimir el paisaje específico de cada pueblo, su idioma y su historia. ¿Es ello posible? Sinceramente creemos que no.
Por eso, no obstante las similitudes culturales que genera y continuará generando la civilización industrial, la tendencia es afirmar la individualidad de las naciones y no su uniformación. Esto se debe a un fenómeno indiscutible: el desarrollo da por resultado que cada pueblo le aporte más o mejores cosas al mundo, lo que, en vez de debilitarlo como tal, más bien lo fortalece y consolida. A consecuencia de semejante hecho podemos decir que en el mundo moderno los franceses son más franceses que nunca, los alemanes más alemanes, los japoneses más japoneses y los norteamericanos más norteamericanos.
Pero no nos equivoquemos. El fortalecimiento de la identidad nacional en una sociedad de alto desarrollo es un hecho de maduración objetiva, consustancial al progreso mismo. Sin embargo, en aquellos países de evidente atraso, que no han salido incluso de etapas precapitalistas, la identidad nacional es muy débil y sufre las arremetidas de lo que Fernando Ortiz ha llamado la transculturación. Si allí no surgen espíritus alertas, que pongan a salvo lo propio, es decir, lo que da fisonomía ante el mundo, la asimilación foránea será completa y el pueblo respectivo se covertirá en un remedo de otras identidades.
¿Pero qué es, entonces, la identidad nacional? Es lo que individualiza a las naciones en el contexto del mundo y que les da un modo de ser, particular, a sus hombres y mujeres. Vista así la identidad nacional viene a ser, pues, una proyección cualificada de las identidades individuales, lo mismo que la de todo un continente es el efecto de la expresión armónica de sus respectivas naciones culturales. Si habláramos a nivel cósmico, lo cual sin duda alguna será posible más temprano que tarde, diríamos que la identidad del planeta Tierra es la proyección unificada del espíritu que reflejan sus continentes. Por supuesto, el trasfondo de esa escala de identidades es la cultura o sea lo que los hombres hacen a través del tiempo y con base en sus respectivos espacios.
Honduras, como nación cultural, tiene, obviamente, su propia identidad. Esta es el efecto lógico de la actividad desplegada por los hondureños a lo largo de la historia en un marco geográfico específico, delimitado en su momento por la nación como entidad política. Siendo parte de Centroamérica, participamos en la forja de la identidad de esa región, así como en la que le corresponde al área del continente conocida como América Latina. No obstante que en la primera dimensión nos aproximan muchos elementos comunes, puestos de relieve en los estudios de Richard Adams, es indudable que los hondureños tenemos una personalidad distinta a la de los demás centroamericanos. Lo mismo puede afirmarse en lo que concierne a toda América Latina, cuya base hispánica se refleja con matices propios al pasar por el prisma de nuestras nacionalidades, lo que le sirve precisamente a Fernández Moreno para declarar como un hecho real la existencia de la identidad latinoamericana.
En la constitución de nuestra identidad como hondureños participan, por lo menos, tres factores:
  1. la cultura tradicional;
  2. los elementos transculturales; y
  3. el paisaje.
Entendemos por cultura tradicional la procedente de los grupos étnicos establecidos en este territorio desde antes de la llegada de los españoles. Los factores transculturales son los trasvasamientos que nos han llegado y nos continúan llegando desde fuera como producto de relaciones voluntarias o involuntarias. Finalmente, el paisaje es el conjunto de particularidades que reviste nuestra geografía y que, de una u otra manera, condicionan algunos rasgos de la sicología del hondureño.
Nuestra cultura tradicional se encuentra casi desintegrada. Gran parte de los grupos étnicos encontrados por los españoles se extinguieron definitivamente y los que aún quedan, excepción hecha de los xicaques, se han incorporado al tronco hispánico, de modo que incluso prescinden total o parcialmente de su propia lengua. Lo primero ocurre con los lencas, chortíes y payas; lo segundo con los miskitos, sumos y ramas. Sin embargo, lo anterior no significa, de ninguna manera, que los elementos culturales aborígenes hayan desaparecido totalmente. Ellos existen muy vivos y es obligación patriótica no sólo reconocerlos, sino también consolidarlos.
En el español que hablan nuestros campesinos, e incluso los sectores urbanos, se descubren numerosas palabras de procedencia aborigen. Ello ocurre, fundamentalmente, con nombres de plantas, frutas, animales y sitios geográficos. También se mantienen algunas creencias, mitos y tradiciones de origen nativo, cuya transmisión se hace por vía espontánea. Pero si esto no fuera ya importante, hay un hecho de fuerza inequívoca: nos referimos al consumo del maíz en todas partes, la choza más humilde o la mansión de pujos aristocratizantes. Este elemento cultural constituye la médula de nuestra nacionalidad, de modo que, como los hombres del Popol-Vuh, los hondureños también podemos considerarnos hijos del maíz.
Mujer lenca en la piedra de moler maízLos factores transculturales provienen, fundamentalmente, del contacto aborigen-hispánico; pero también, como es obvio, de la relación abierta con el resto del mundo, sobre todo a partir de la independencia de España. La religión, el idioma y todo un caudal de costumbres ibérico-moriscas entraron por esa puerta para fundirse con lo autóctono en una sola expresión. Simultáneamente, con ello fueron incorporados los gérmenes de la cultura africana al incorporarse fuerza esclava de ese origen , cultura que, si bien se ha mantenido en forma nuclear dentro del país, es indudable que incorpora alientos vivos en la forja de la nacionalidad hondureña.
Luego, al configurarse la nación como una entidad política a partir de 1821, nuevos signos culturales comenzaron a llegarnos, por voluntad o por fuerza, desde otras partes del mundo. Así pudimos sentir la presencia de lo europeo, lo asiático y, principalmente, lo norteamericano. Nuestro idioma fue abandonando la casticidad de Don Quijote y nuevas estructuras de pensamiento determinaron variadas formas de encarar el mundo y la vida por parte de los hondureños. Naturalmente, de todos estos elementos tributarios el norteamericano ha tenido una incidencia mayor, no sólo por la receptividad voluntaria, que en muchos casos llega a convertirse en servil, sino también por las relaciones de dominación que el contacto con esa cultura revistió desde, por lo menos, 1850.
Es obvio que el paisaje, o sea la realidad ambiente, condiciona algunos rasgos de la personalidad, como lo confirman los amplios estudios de Rubistein. En efecto, no tienen la misma sicología los pueblos que se desarrollan cercanos al mar, los que ocupan extensos valles o los que viven en las cumbres. Siendo Honduras un país endiabladamente montañoso y estando enclavado en el corazón mismo del trópico, es incuestionable que de ahí sacamos los hondureños no pocas de nuestras características individuales. El hecho deriva de una circunstancia práctica, más que teórica. Resulta que el suelo y el clima son determinantes esenciales del trabajo humano y éste, como explica la moderna sicología, es la fuente básica de los desarrollos individuales y colectivos.
Los tres factores –lo tradicional, lo transcultural y lo geográfico–, actuando como entes vivos en la cotidianidad hondureña, producen, pues, un tipo de hombre con peculiares formas de ser, el que, proyectado en la dimensión de todo el país, da origen a una identidad cualitativamente nueva. En este problema, por lo tanto, como dice Agosti, no se pueden ni se deben privilegiar determinados elementos. La identidad nacional, para el caso, no viene de la magnificación de la cultura aborigen, como sostienen los partidarios de un folklorismo a ultranza. Tampoco es el resultado sólo del trasplante de valores advenedizos, según se inclinan a creer los xenófilos. En realidad, la identidad nacional es un árbol que brota a partir de varios esquejes y no de uno solo.
Cuidar, pues, la identidad nacional no supone declararles la guerra a las influencias de otras culturas. Es más bien preocuparse por que esas influencias sean integradas a lo que ya somos como hondureños, para serlo cada vez más y para serlo mejor. Ello, por supuesto, requiere que tengamos clara conciencia de nuestra individualidad y que, no renunciando a la misma porque no nos acarrea vergüenza, queramos su desarrollo y afianzamiento a la par del progreso moderno. La tarea, pues, consiste en definir esa identidad nacional y luchar por su aceptación como un valor no despreciable al ser la obra concreta de unos hombres auténticos que también trabajan en el mundo.
Vasija en forma de perro encontrada en la tumba 1 de Copán, Honduras. Tomado de: Die Welt der Maya, Mainz, 1992, pág. 465Es claro que, como hemos dicho más arriba, nuestra identidad como pueblo, si bien ya tiene rasgos inequívocos, aún es muy débil, pues el fortalecimiento de la misma no resulta del atraso, sino más bien del desarrollo multifacético. En esas circunstancias es evidente que se dan fuerzas extranacionales, con la complicidad del infaltable malinchismo, interesadas no sólo en frustrar aquel proceso, sino también en obtener la desnacionalización completa del país. Tales fuerzas son las que sacan partido de la colonización directa o indirecta de territorios que no les pertenecen.
El cine, la televisión, la radio y una prensa sin médula patriótica, sirven de instrumentos abrasivos en este trabajo de trasplante mecánico de identidades foráneas, particularmente la norteamericana. Es así que, al encontrarse esa siembra con grupos deshondureñizados, aquellos valores culturales son repetidos sin pasarlos por un baño de conciencia nacional. De esa manera nos encontramos con una música, una moda, unas tradiciones y unos giros idiomáticos que no tienen raíces entre nosotros, por lo que quienes los repiten hacen el triste papel de arlequines.


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Mis aficiones LA IDENTIDAD COLOMBIANA LA IDENTIDAD COLOMBIANA Muchas veces, creemos que por los problemas que día a día acontencen en nuestro país, las oportunidades y la mejoras en nuestro forma de vida se vislumbran cada vez mas lejos. Seria bueno para muchos colombianos y sus familias, mostrar a COLOMBIA como un país que a pesar de las dificultades y problemas es un territorio de gente buena, con sueños y grandes anhelos de construir un país donde la paz y la tranquilidad por fin sea una realidad.

viernes, 8 de junio de 2012


IDENTIDAD 




 ¿QUE ES LA IDENTIDAD?  la identidad es la pregunta por: la vida, por ¿quien soy yo? o a ¿quien me parezco?




LA IDENTIDAD. Es el sentimiento de identidad de un grupo o cultura, o de un individuo, en la medida en la que él o ella es afectado por su pertenencia a tal grupo      o cultura.

El hecho mismo de que dentro de una cultura o práctica cultural exista la conciencia de una identidad común, implica que también hay un impulso hacia la preservación de esta identidad, hacia la auto-preservación de la cultura. Si la identidad es construida en oposición a los extraños, las intrusiones de otras culturas implican la pérdida de autonomía y por lo tanto la pérdida de identidad. Las convenciones compartidas en las que se basa una identidad son frecuentemente implícitas. Para que el funcionamiento interno de una cultura sea posible, ciertas reglas básicas y significados que subrayan su producción son generalmente dadas por hecho por los participantes. Este todo estructurado (pero plural y dinámico) de presuposiciones es lo que llamamos “doxa”. De manera similar a la manera en la que la presuposición de una declaración lingüística (“¿Cuándo dejaste de golpear a tu esposa?”) no puede ser objetada (puedes contestar “nunca pare” pero no “nunca la golpee” a menos que llames al otro mentiroso), la doxa de una cultura determinada no puede ser objetada (haciéndola en el proceso explícita, en tanto su eficiencia descansa en su carácter implícito) sin desafiar la legitimidad auto-evidente de la cultura y sus productores.

Identidad cultural como oposición a otras


Construcción de la Identidad Cultural
Características e ideas comunes pueden ser claras señales de una identidad cultural compartida, pero esencialmente se determina por diferencia: sentimos pertenecer a un grupo, y un grupo se define a sí mismo como tal, al notar y acentuar las diferencias con otros grupos y culturas. Cualquier cultura se define a sí misma en relación, o más precisamente en oposición a otras culturas. La gente que cree pertenecer a la misma cultura, tienen esta idea porque se basan parcialmente en un conjunto de normas comunes, pero la apreciación de tales códigos comunes es posible solamente mediante la confrontación con su ausencia, es decir, con otras culturas. En breve: si piensas que eres parte de la única cultura existente, entonces no te ves como parte de una cultura
Algunos autores han empezado a estudiar las identidades culturales no solamente como un fenómeno en sí mismas, sino como un fenómeno en oposición a otras identidades culturales. En esta corriente se considera que la identidad cultural se define por oposición a otras. En grupo se define a sí mismo como tal, al notar y acentuar las diferencias con otros grupos y culturas. Según esta corriente, cualquier cultura se define a sí misma en relación, o más precisamente en oposición a otras culturas. Así, la gente que cree pertenecer a la misma cultura, tienen esta idea porque se basan parcialmente en un conjunto de normas comunes, pero la apreciación de tales códigos comunes es posible solamente mediante la confrontación con su ausencia, es decir, con otras culturas, academicamente esto es conocido como la "otredad".
La dinámica de la auto-definición cultural implica un continuo contacto entre culturas. Más aún, esas relaciones nunca son de igualdad, dado que nunca se manifiestan de manera aislada: la complicada red de relaciones creada por la superposición de relaciones políticas, económicas, científicas y culturales, convierte cualquier relación entre dos culturas en una relación desigual..

IDENTIDAD
Identidad es la respuesta a las preguntas quién soy, qué soy, de dónde vengo, hacia dónde voy. Pero el  concepto de identidad apunta también a qué quiero ser.
La identidad depende del autoconocimiento: ¿quién soy, qué soy, de dónde vengo?; de la autoestima: ¿me quiero mucho, poquito o nada?; y de la autoeficacia: ¿ sé gestionar hacia dónde voy, quiero ser y evaluar cómo van los resultados?
El autorretrato de la identidad. El ojo interno de la mente crea la identidad con la información que proviene de la experiencia en un proceso que dura toda la vida. Al responder a la sugerencia Socrática: Conócete a ti mismo y conocerás el Universo, la mente refuerza la identidad interconectando experiencia, vocación y filosofía de vida.
Efecto Pigmaleón. Pigmalión fue un rey que se enamoró de la estatua que había realizado. Logró que una diosa le diera vida y se casó con ella. Tuvieron un hijo pero ella tenía un corazón frío (de piedra) y una mente vacía, por lo que se separan. La moraleja es que la expectativa tiene más poder sobre la identidad que el pasado: si el deseo es grande el obstáculo se vuelve pequeño. Pero la profecía que se cumple requiere una autoestima  alta.

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Test de identidad. La calidad  depende del contenido del  compromiso,de su intensidad y de la extensión de la exploración. Abarca filosofía de vida incluyendo religión y política, relaciones familiares, con amigos,escuela, ocupación futura y del tiempo libre, destrezas personales,relaciones intimas. El logro se revela en el ejercicio práctico de la identidad.
Trampas comunes. Dispersión,  falta de foco.  Nos hacen sucumbir a la sobrecarga de estímulos e información que intentan atrapar nuestra atención, con ofertas que nos desvían del rumbo, o nos convencen de atender falsos problemas.
Falta de dirección. Es no saber qué hacer a continuación al cambiar de trabajo o  jubilarse. La dirección se logra inventando futuros, observando los pequeños placeres aparentemente desviados pero  que pueden ser las semillas de cambios futuros.
Exceso de flexibilidad. No conviene volverse adicto a la novedad por sí misma y a la respuesta rápida y superficial. No se logra una identidad fuerte sin cierta estabilidad.
Modelos de identificación. Hoy la identidad no está en el territorio por la globalización, ni en los viejos valores por la omnipresencia del consumo. Se perdieron los grandes relatos que brindaban racionalidad y visión holística a los que se aferraba  la identidad individual. La  democracia es formal: iguales como ciudadanos -un hombre, un voto-, desiguales como consumidores. Una mayoría de perdedores aplaude el discurso de los ganadores.